Históricamente la posesión de un caballo, formaba parte uno de las muchas insignias del poder. No sólo elevaba físicamente al jinete sino también lo elevaba socialmente por encima del 'hombre de a pie'. Cuando uno no tenía caballo (ausencia de posesiones) quedaba excluido del 'superior' estamento de los 'caballeros'. El hombre 'de a pie' fue el paria de su época, expuesto a todo tipo de vejaciones y abusos gracias al poder arbitrario de los poderosos (Iglesia, monarquía y aristocracia).
Aún cuando en las democracias modernas las situaciones de extrema indefensión y degradación humana han, en gran medida, desaparecido, la pervivencia de la noción que describe al 'hombre de a pie' o de la calle' es ilustrativa de un sentimiento de desigualdad y discriminación que continúa siendo tristemente actual y compartido por una mayoría de ciudadanos, que distingue aquellos 'de arriba' ('montados' en el poder) de aquellos de abajo 'obligados a tirar del carro' a obedecer y, en lo posible, a callar. Si el sentimiento pervive es porque una inmensa mayoría de ciudadanos continúan sintiéndose peón (07-a )y víctima de sus gobernantes que en buena lógica deberían ser sus mandatarios y no al revés.
Es pues urgente la redefinición del concepto político de 'ciudadano'. Redefinición que la ciudadanía debe exigir a SUS administradores públicos, para que éstos acepten que la relación con el ciudadano(1) debe, como mínimo, supeditarse al principio de la 'reciprocidad', pues sólo entonces menguará la inferioridad y desamparo frente a los abusos de quienes se hallan 'montados' en cómodas poltronas administrativas, pues la noción de reciprocidad entraña la de igualdad en las relaciones entre los hombres, no importando sus cargos ni posesiones(2). Todo ello implica un movimiento ciudadano no partidista, donde sus integrantes asumen su condición, pues renunciar a una actividad mínima para afirmarse frente a los abusos administrativos, equivale a aceptarlos.
Aún cuando en las democracias modernas las situaciones de extrema indefensión y degradación humana han, en gran medida, desaparecido, la pervivencia de la noción que describe al 'hombre de a pie' o de la calle' es ilustrativa de un sentimiento de desigualdad y discriminación que continúa siendo tristemente actual y compartido por una mayoría de ciudadanos, que distingue aquellos 'de arriba' ('montados' en el poder) de aquellos de abajo 'obligados a tirar del carro' a obedecer y, en lo posible, a callar. Si el sentimiento pervive es porque una inmensa mayoría de ciudadanos continúan sintiéndose peón (07-a )y víctima de sus gobernantes que en buena lógica deberían ser sus mandatarios y no al revés.
Es pues urgente la redefinición del concepto político de 'ciudadano'. Redefinición que la ciudadanía debe exigir a SUS administradores públicos, para que éstos acepten que la relación con el ciudadano(1) debe, como mínimo, supeditarse al principio de la 'reciprocidad', pues sólo entonces menguará la inferioridad y desamparo frente a los abusos de quienes se hallan 'montados' en cómodas poltronas administrativas, pues la noción de reciprocidad entraña la de igualdad en las relaciones entre los hombres, no importando sus cargos ni posesiones(2). Todo ello implica un movimiento ciudadano no partidista, donde sus integrantes asumen su condición, pues renunciar a una actividad mínima para afirmarse frente a los abusos administrativos, equivale a aceptarlos.
(1) Los franceses derivan del concepto 'citoyen' un estatus muy distinto de lo que entienden los españoles por 'ciudadano'. Para los franceses el ciudadano es depositario de los derechos de igualdad, de fraternidad y de libertad. El término representa las esencias de su Revolución (1789), por lo que doscientos años después el concepto es interiorizado como una parte esencial de su condición políco-social. La sangre revolucionaria derramada por idealistas españoles nunca ha podido borrar la identificación del concepto con la igualdad frente a los poderosos, sino más bien como una condición de quienes se hallan dominados por los señoríos políticos. el hecho de que muchos españoles continúan confundiendo el termino 'ciudadano' con los que tiran del carro de la Administración Pública, poblado de 'ilustres' (20-b) y 'excelentísimos' cuyos títulos suelen derivarse del dedo de quien (38-b) los 'enchufó'.
(2) Artº 14 de la Constitución: "Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".
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El País, 14.9.2012, Fernado Vallespín titula "¿Subditos o ciudadanos?" y, entre otros, critica: "¿Por qué no construir un relato también sobre nuestra incompetencia ciudadana, sobre nuestra facilidad para no asumir las responsabilidades propias? ... En una democracia madura no basta con exigir responsabilidades, hace falta también que nos hagamos cargo de cuanto esté en nuestras manos...
10/2015 p